Previa inscripción y organizado por la mancomunidad de la costa oriental de Málaga el domingo 8 de febrero una representación de los Trepacuestas participó en esta hermosa ruta especialmente recomendada para familias. No entraña dificultad especial salvo que en época veraniega no es recomendable por el calor. En cuanto al regreso en esta ocasión se dispuso de autobús de vuelta.
Citados convenientemente a las 10,00 horas en la desembocadura del Totalán un grupo de 30 personas acudieron a esta salida.
Los días anteriores
Con paso decidido se encaró el Cantal y atravesando los túneles los Trepacuestas tuvimos la oportunidad de saludar y charlar brevemente con nuestro alcalde Carloni que junto con el alcalde accidental Salvador, paseaban juntos en una hermosa mañana. Tras la correspondiente foto para el recuerdo, nuevo encuentro con conocidos y familiares que con simpatía animaron al grupo.
Sin darnos cuenta dejamos Rincón y su paseo marítimo y en animada charla llegamos a la desembocadura del Benagalbón, lugar donde se unió David. Se decide cruzar la antigua nacional 340 en previsión del barrizal que tenía que acumularse en los primeros metros del estuario.
La subida por el cauce del Benagalbón sin problemas, una par de cicloturistas y poco más. Apareció la piedra suelta y el terreno mojado. Una vez pasado el puente de Añoreta encontramos agua en el cauce lo que animó a todos y en especial a los más pequeños. El agua por alguna razón ha sido siempre una especie de imán para los niños y en esta ocasión no fue una excepción.
Tras vadear los primeros meandros vino la primera parada bajo un impresionante algarrobo, árbol que parecía sacado de un libro de cuentos.
Muy pronto arribamos a Benagalbón pueblo y otro alto esta vez en la plaza principal donde el grupo ahora más cohesionado posó en otra instantánea. Atravesando un mercadillo de domingo algunos tuvimos la oportunidad de entrar rápido en el museo de artes populares de la localidad, mientras el grupo de cabeza avanzaba hacia las afueras. Una vez reagrupados cogimos de nuevo el cauce del Benagalbón esta vez con más corriente. Lo niños se los pasaron en grande. Mucho tendrían que contar al día siguiente en el colegio sobre aquella aventura vivida una mañana de domingo de invierno.
A Chelo la veterana del grupo hubo que animarla a vadear el arroyo, cosa que hizo muy bien. Según nos comentó después esta Vitoriana hacía muchos años que no saltaba por los riachuelos. Más tarde nos confesó que de alguna manera para ella fue como regresar a su lejana infancia.
Ciertamente fue un espectaculo de luz y sonido poder ver todo aquello. Agua por todas partes y el campo con un color que pocas veces se puede contemplar.
Llegados a un punto salimos del cauce para tomar la empinada subida al Valdés. A media ladera y desde uno de sus miradores pudimos visionar el camino andado. Del Valdés nos llamó la atención además de sus cuestas, las impresionantes casas, muchas a medio construir, así como la cúpula de una edificación que sobresalía sobre todas las demás y que estaba coronada por una especie de arado.
Fatigados por la cuesta a los más jóvenes se les pudo animar en el paso dada la visión directa que se tenía desde El Valdés con la próxima localidad de Moclinejo, fin de itinerario, panorámica o vista algo engañosa si se quiere, dado que todos desconocíamos entonces la bajada y subida que aun nos aguardaba el final y que fue ampliamente comentada por todos.
Una vez llegados a Moclinejo, sobre las 14,30 horas, Andrés el más pequeño de todos los excursionistas se autoproclamó el vencedor de la ruta y así poco a poco fuimos llegando todos a la plaza del pueblo contentos por la conclusión de esta salida de unos
Pero la excursión no acabó en aquella plaza ya que quedaba pendiente una nueva
visita, también guiada, con degustación incluida a la bodega Muñoz Cabrera, hecho que fue muy celebrado con un brindis general y de la que desde aquí damos las gracias a sus propietarios por la atención demostrada para con todos, lo que viene una vez más a reafirmar la hospitalidad de la Axarquía para con sus visitantes.
Crónica de Pablo Portillo