El sábado y domingo anterior junto los primeros días de la semana
que comenzaba se presentaron con un frío insólito junto a una lluvia
desconocida para lo avanzado de la primavera. Aquellos elementos atmosféricos me
decían que no había que perder la oportunidad. La decisión de subir a las
alturas en el mismo Día del Trabajo
fue todo un acierto.
Bastaron unas sencillas llamadas telefónicas el martes 30
de abril para conformar el grupo. El punto acordado para romper el ayuno fue en
el bar Avenida. Unos churritos -esta vez madrileños- y una torta loca a las 7
de la mañana sirvieron para entrar en ambiente senderista. Por orden de altura Rafael, Salvador y un servidor apuramos los últimos sorbos de café y en
orden inverso subimos al coche. Parece que San
Cristóbal tuvo que interceder pues en un santiamén recorrimos los 65 kms
que distan de La Cala a la zona
recreativa del Robledal en las cercanías
de Zafarraya.
A las 8,22 h y en solitario -nadie más se encontraba en ruta-,
dimos inicio a la subida. El termómetro nos dio la bienvenida con unos
agradables -1º, circunstancia que no fue obstáculo para el trío andador.
Dos factores tengo que trae a colación. El primero la
importante poda de pinos y el segundo el alto grado de alergia de Rafael, circunstancia que no le impidió iniciar
con decisión la travesía.
A los 45 minutos de caminata y bien visible en la vereda observamos
los primeros signos de nieve. Fijando la mirada hacia arriba empezamos a sospechar
lo que nos depararían los próximos minutos de ascensión.
El paisaje en un plis
plas pasó de un intenso verde matutino primaveral a un blanco virgen y
desconocido para los Trepacuestas.
A un lado de la trocha y cercano al Salto del Caballo dejamos el recuerdo de los de ATESSA a su amigo Pepe Álvarez. Por aquel entonces y en manga de camisa todo era
blanco y el poder romper la nieve a la altura del tobillo sin que nadie antes
hubiese pisado allí, fue un placer difícil de relatar.
Por encima del Salto
del Caballo comprendimos lo difícil que supone andar con nieve hasta la
rodilla. Inexpertos y desconocedores de todo aquello era la primera ocasión que
nos enfrentábamos a estas condiciones.
Tras tres horitas de andadas el terna llegó al vértice
geodésico con el tiempo justo para hacernos unas fotos de recuerdo, cuando una
nube sobrevoló los 2.066
metros y nos impidió recrearnos en el horizonte.
Al rato otro grupo de Vélez
alcanzó la cima siguiendo la ruta de Canillas
de Aceituno.
Tras comprobar la ausencia de buzón del senderista, siempre
habitual en la cima de la Maroma y tras probar bocado y beber caímos en
el imperdonable olvido de Salvador al
no echar en la mochila el habitual ligaillo
(auténtico néctar de dioses). Así las
cosas a las 12,00 h junto con la ayuda de la Virgen de los Remedios tornamos al Robledal siguiendo nuestras huellas marcadas previamente en la
nieve.
En la niebla andando a guisa de hormigas a vuelta
encontrada, charlamos brevemente con todas los senderistas que a modo de rosario
querían hollar cima el primero de mayo.
Rafael
sin gafas, gorra, ni bastón subió y bajó sin más problemas.
Los que ya peinamos algunas canas, ya sea por viejos o por diablos, nunca nos
separamos de nuestro útil bastón.
Tras una bajada de 2,5 h recogimos el coche que a 10,5º estaba
estacionado bajo la sombra del pinar y con los calcetines mojados pusimos rumbo
a la venta Aquí te quiero ver de Zafarraya para dar cuenta del día de
sol, nieve y niebla vividos en la
Maroma.
Crónica de Pablo Portillo.