miércoles, 11 de mayo de 2011

SINFONIA DE SENSACIONES. MAYO DE 2011.


  El puente del 1 de mayo, este año con un día más, ha sido especial, pues lo hemos pasado en Arriate, en concreto en una casa rural con los amigos.

   Acompañados por la lluvia, que nos condujo, por la carretera de Ronda, hasta la localidad de Arriate. Pequeño, pero coqueto pueblo de la serranía de Ronda, con una gran afición al fútbol, y concretamente al equipo del Betis.
   
  Al atardecer, llegamos, a la rústica y “melliza” casa, que ese era su nombre, en el que viviríamos una grata experiencia. El dueño nos esperaba y nos enseñó el magnífico lugar y nos explicó, cuanto podíamos realizar en el mismo, si el tiempo nos lo permitía. La lluvia, compañera ocasional de nuestras andanzas, impidió, sin quererlo, lo que más ansiaban los niños, el disfrute de la pequeña, pero coqueta piscina.

  Una vez instalados en la casa, encendida la chimenea, dio calidez a una fría y desangelada casa, dando paso a la primera comilona del largo fin de semana.

  Al día siguiente, sábado, los mas madrugadores, salieron a recorrer los alrededores y comprobaron las magnificas vistas y fincas del lugar. No contento con el paseo, Paqui, Pablo, Celes y José continuaron la marcha hasta Arriate, donde descubrieron que los Chinos, también se habían instalado allí.

    Por la tarde, nos visitaron Nati y Salvador, que se hicieron acompañar de lo más típico de su natal Ronda, los chorizos, adquiridos en el famoso Pacón de la calle la Bola y las Yemas de Ronda, que cayeron una a una, sin tregua, por los niños, en la tarde. Los chorizos se hicieron esperar a la cena, pero ni uno quedó.
  
    Cumpliendo la promesa hecha al cura de la Cala, fuimos a visitar a su amigo, Antonio, el cura de Arriate, quien al advertir rostros nuevos y jóvenes en su parroquia, se puso      muy contento, pues la edad media de sus feligreses es superior a los de la cala. Le comentamos la excursión a la Cueva de las Piletas y nos dijo que preguntásemos por la CHARI, conocida suya y guía local.

   La noche del sábado se completó, a la luz de la chimenea, con una buena partido de dominó y unas bebidas, que a pesar de todo, hicieron el camino de regreso.
  
   El domingo por la mañana, otro día de lluvia a ratos, ya sin la compañía de Antonio que nos abandonó para estar en el 1º de Mayo del Rincón.  Dispuestos los niños en el coche con Pablo y el resto con Jose en el suyo, pusimos rumbo a Benaoján, en cuyo término municipal se encuentra La Cueva de la Pileta, que tantas sorpresas esconde en su interior.  Me cautivó de tal manera que prometo volver otra vez con Antonio.

   La carretera de acceso tiene algunas curvas y precipicios, menos de los que esperaba, aún así el viaje estuvo amenizado por las continuas bromas de José, conocedor de mi miedo a las alturas. Llegamos a la explanada donde se aparca el coche y de ahí ascendimos por la escalinata de piedra hasta la pequeña boca de entrada.   Una vez en el rellano nos dieron cita a las una de la tarde y aprovechamos el tiempo para visitar en Jimena de Libar el camping donde los menores del grupo pasaron unos días de asueto y de descanso. Sitio espectacular, rodeado de montañas, naturaleza viva, espléndida, exuberante en verano y sombreado en verano. Lugar de ensueño para disfrutar con la naturaleza y abrir los sentidos al mundo que nos rodea y que tan lejos tenemos en la rutina diaria. Los niños recordaron, no con cierta melancolía, las aventuras que disfrutaron en el verano anterior y que rememoran a diario. Dulces recuerdos que no olvidaran.

    Ya de vuelta a la Cueva, pudimos disfrutar de unas excelentes vistas a la Hoya del Harillo, donde pudimos divisar una gran variedad de flora y observar en el entorno de rocas grisáceas, hendiduras donde florece la vegetación. Tras la entrada, de pequeñas dimensiones, pasamos a la Sala de las Lámparas o también llamada Sala de los Murciélagos, donde el guía reparte candiles de petróleo y aparecieron como por arte de magia, miles de murciélagos, que llamaron al instante nuestra intención y afloraron nuestros más ocultos miedos. Angel y Jose, antorcha en mano, comenzaron la expedición al Centro de la Tierra. Las Salas se fueron sucediendo, una tras otras, todas emocionantes, escondiendo y enseñando a la vez sus tesoros. La Sala del Castillo de cuentos de Hadas, labrados en la piedra, que me recordaron las viejas batallas, que se produjeron en estas ancestrales tierras. Después, en la penumbra de la oscuridad profunda, apareció ante nuestros ojos, la Sala de los Lagos. La luz sutilmente reflejada en sus aguas, evocó la profundidad del pensamiento humano. Unos angostos y resbaladizos pasadizos, motivado por las filtraciones de agua, nos llevaron a la Sala de la Reina Mora, para a continuación llevarnos la última sorpresa que esconde la cueva, la denominada Sala del Pez, que como su nombre indica, está coronado por el dibujo monumental, sorprendente de un PEZ enorme. 
La Sala es grandiosa, y contiene dibujada toda la fauna de la época, toros, caballos, ciervos y toda la trayectoria pictórica de nuestros más remotos antepasados. Ya se vislumbraba algún PICASSO entre ellos. Por encima de nuestras cabezas, se veía un gran órgano, esculpido a lo largo del tiempo por el agua, que discurría por la gruta. El agua había compuesto magnificas figuras naturales, que hacían navegar nuestra imaginación. La misma imaginación, que ahora me hace pensar porqué pintaban. ¿Qué querían?,¿qué pretendían? Imagino e interpreto, que un acercamiento al más allá a través de la representación de lo cotidiano, de sus vivencias.

    De vuelta a la casa, me seguía preguntando todavía muchas cosas. Aún hoy lo sigo haciendo.

    También tuvimos oportunidad de visitar la cueva del Gato. En esta ocasión la visita fue exterior, porque se necesita autorización y preparación, pero también tuvimos oportunidad de descubrir su singularidad y belleza, su parecido con el felino, del que recibe su nombre. Encontramos carteles, que indicaban la prohibición de continuar sin autorización, pero como Pablo dice “los carteles y los hermanos están para no hacerles caso” y por ello los más intrépidos continuaron por el deteriorado puente que atraviesa el río, y los menos arriesgados, como Noelia, Celes y yo misma, permanecimos quietos en el umbral. Paqui, si cruzó, con tan mala suerte, que metió el pie entre los deteriorados peldaños sufriendo una aparatosa caída, sin mayores consecuencias, aunque estuvo quejándose  el resto del puente. 

   Después del descenso a las grutas del pasado y hambrientos como aquellos hombres del paleolítico, regresamos con los estómagos maullando y mugiendo a  satisfacer nuestras necesidades hambrunas.  Un pequeño asueto tras el almuerzo y una salida más por los alrededores: el olor a hierba mojada, pajarillos que cantan, el ruido del agua cuando acaricia las piedras y majestuosos árboles a lo largo del camino, invitan al relax y al olvido de problemas cotidianos. En definitiva, nos engulle un estado de paz y felicidad.   

   El lunes, camino a Ronda, ciudad de ensueño, la lluvia no empañó la belleza de la vetusta ciudad, más si cabe aún, le confirió un halo de belleza y misterio. El color de sus verdes valles, la piedra grisácea de su tajo, aderezada por el musgo que crece en él. Sus sinuosas y laberínticas calles le dan aspecto de novela de misterio, donde el viajero quedará atrapado en su túnel del tiempo.

   Salvador y Natí hicieron de improvisados cicerones por su ciudad natal. Lugar de su niñez y adolescencia. Sus palabras eran el recuerdo de sus vivencias y nos trasladaron por su propia historia, que es la de la ciudad. Sus calles empedradas, las dificultades vividas, que suben tortuosas por el desfiladero. Nos contaron vivencias, nos enseñaron lugares de ensueños. Nos adentramos en el casco histórico de la ciudad, a través de la carrera de Espinel, popularmente conocido como calle La bola, porque un año de mucha nieve, los niños hicieron una gran bola, que al descender por la empinada calle, crecía y crecía hasta llegar a la plaza de Toros. 
Recorrimos las iglesias parroquiales, de grato, creo, recuerdo para nuestros guías. Nos llevaron por la Ronda Musulmán, con sus murallas, baños y calles empedradas. Recovecos de historia, que te dejan atrapados y que en perfecta fusión, nos condujo a la España de la Reconquista, que tal fielmente se encuentra retratada en la ciudad rondeña. Los palacios, como el del Marqués de Salvatierra, que en su fachada dintelada cobija unas curiosas esculturas de origen indiano. Todo es magia, todo es misterio, todo es historia, hasta que de pronto, nos dimos de bruces con el presente, que también es pasado, pero que deseamos sea historia. La sorpresa del artesano que se dedica a la madera y que orgulloso lo enseña al pasajero curioso y con el que se fotografía.
 Después, todavía más sorpresas, el Ayuntamiento, antiguo acuartelamiento militar, la  Iglesia de Santa María La Mayor, construida sobre una antigua mezquita árabe por los Reyes Católicos.

      Y continuaron las sorpresas, la plaza de toros, arte del rejoneo y cuna de grandes toreros, de ilustres apellidos, donde Pablo, en pose torera, se fotografió. El Puente Nuevo, que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad de Ronda, y de regreso por los jardines de la Alameda, se vislumbraba la Ronda actual, reflejo orgulloso de su pasado milenario.

       En fin, una jornada inolvidable. Ronda es una de esas ciudades que cierras los ojos, ves la historia pasar, lo abres, y sigues soñando. Es un regalo para los sentidos.

  Todo el viaje fue un regalo para los sentidos, una vuelta a lo sencillo, a lo bello, a la amistad y a lo cercano. Disfrute sin pausa y pausa para disfrutar.


            Crónica de Brígida.