miércoles, 26 de mayo de 2010

Fuente la Yedra, pico de las Cabras, nacimiento río de la Villa en el Torcal. Domingo 23 de mayo de 2010.

A las 16,00 horas, tras una ruta cercana a los 18 kilómetros por el término municipal de Antequera, nos encontrábamos saboreando unas cervezas en la mesa exterior de la Venta la Yedra, cuando Juan Carlos Mesa .(1) me sugirió que iniciase la crónica por el final ya que según él “en toda ruta nunca sabemos por donde se empieza, pero siempre sabemos como y donde se acaba”.

Con el amargo sabor del lúpulo en nuestras gargantas los que allí descansábamos de la caminata, disfrutábamos del momento recordando lo vivido en otra espectacular jornada senderista por una de las cordilleras olvidadas que la provincia malagueña nos tenía reservado.

Medio en serio, medio en broma algunos de los que acudimos a la ruta opinábamos que lo mejor del senderismo es la cerveza final y el posterior descanso en el sofá de casa. A ello me atrevería a incluir el café con churros de primera hora.

Sobre las 7,45 horas del domingo 23 de mayo, este humilde cronista provisto de mochila, bastón, ilusión y ganas de pasármelo bien coincidí por casualidad con José María, otro fijo del senderismo local, en el bar “Rincón de María” de la Cala. Al necesario cafelito con churros matutino se unió a la charla el camarero que atendía la barra y que al conocer de nuestro propósito dominguero pudimos captar en su mirada y en sus palabras su particular tristeza al de no poder unirse al grupo.

Pero así son las cosas y así comenzó amigo Juan Carlos la ruta.

Con menos personal de lo habitual y con ausencias notables, ya que entre Primeras Comuniones y el aviso dado sobre el grado de dificultad medio/alto de la salida, hizo que en esta ocasión menguase la afluencia de senderistas.

Aun a pesar de todo, aquello no arrugó a los que nos concentramos a la espera del autobús, que nos recogió en la parada caleña a las 08,15. Manolo, que viene siendo otro clásico en esto de caminar, pasó lista como en él es habitual en estos casos. Tras recoger en la Ronda de Málaga a Álvaro -uno de los monitores- y comprobar quienes eran los restantes compañeros de viaje, 20 en total, pronto cogimos carrerilla dirección al Puerto de las Pedrizas.

A la llegada a la Venta de la Yedra nos sorprendieron dos cosas. El frío de la mañana que hizo que prácticamente todos buscásemos abrigo y el fortísimo viento que nos acompañó durante toda la ruta. No recuerdo ahora una jornada con un dios Eolo tan enfadado con nosotros. Por los días de calor pasados en la ciudad y por los innumerables bañistas en las playas observados, barruntábamos una jornada calurosa para ese domingo. Pero ciertamente aquel viento actuó como un potente refrigerador. A más de un senderista pudimos verlo correr por el monte en busca de su gorra una vez destocado por el viento.

En ese momento se unió nuestro guía Julio que a la postre se reveló como un auténtico experto en la zona. Fue todo un lujo tenerlo por cabeza de grupo. Con su animada charla y su profundo conocimiento del terreno fue relatando un sinfín de anécdotas y detalles. No se quien le catalogó como una auténtica enciclopedia andante. Básicamente lo sabía todo. Una senderista que conocía a Julio de anterior salida, llegó a decir de él, en señal de su profundo dominio de la zona, que al pasar por determinado lugar, en voz alta, Julio advirtió que determinadas piedras habían sido movidas de su primitivo lugar.

Gracias a los dos por llevarnos y traernos.

Pasando junto a la mítica fuente que da nombre a aquel lugar, pronto saltamos una alambrada. La mole de piedra que se encuentra justo a la espalda de la Yedra fue nuestro primer objetivo. Pronto, o mejor dicho muy pronto nos desvestimos de la ropa de abrigo y la senda comenzó a picar hacia arriba. Caminando bajo una línea de media tensión empezamos a tomar altura y a su vez empezamos a identificar a nuestra espalda algunas referencias geográficas conocidas como la Peña de los Enamorados de Antequera, Villanueva del Trabuco, la ermita de Ntra. Sra. de Gracia en Archidona y muy a los lejos la penibética cordobesa con la ermita de Araceli de Lucena, casi invisible al ojo humano. A medida que subíamos se podía observar también los molinos de viento de la sierra de Loja y la localidad de Villanueva del Rosario, hasta entonces tapada por una sierra.

Con un manto verde por vereda trascurrió esta parte del recorrido hasta llegar a un bello prado salpicado de ovejas que libremente pastaban a sus anchas. Como la estampa era irrepetible aprovechamos para tener la primera parada y por tanto el primer tentempié. Entre la morcilla de Manolo Ramírez, la fruta de otros nos quedamos embobados mirando a las docenas de borregos que allí estaban sin un pastor que las cuidase, lejos del mundanal ruido. A más de uno y por un momento se le pasó por la cabeza hacerse oveja.

Atendiendo a Julio entramos en una zona de umbría para retratarnos. Un verdor y un grado de humedad desconocidos hacían a más de uno dudar de si realmente estábamos en Málaga o se trataba de otra zona propia de otras latitudes. Y es que la montaña malagueña en ocasiones nos tiene reservado estas sorpresas.

Viendo que había buen nivel, Julio propuso al grupo desviarnos para ascender al pico de las Cabras que a sus 1.283 metros de altitud y aunque no lo parezca es conocido por todos los malagueños. Intentaré explicarme. Si subimos desde Málaga al Puerto de las Pedrizas en coche, en el desvío que hay -Antequera a la izquierda y Granada a la derecha- pues bien justo la montaña que hay a mano izquierda de la carretera es el Pico de las Cabras.

Así pues subiendo y charlando a la cumbre creo que debimos asustar a un cuarteto de buitres que durante algún tiempo estuvieron revoloteando sobre nuestras cabezas, hasta que algún senderista observador pudo constatar sendas cabras, que haciendo honor a su nombre, recortaban su silueta sobre el pico. Finalmente y atravesando una zona de pura piedra y con algo de dificultad a las 11,25 horas hacíamos cima con un viento descomunal. El tiempo justo para unas fotos junto al vértice -en realidad es una barra de hierro- y contemplar el paisaje, para abordar pronto el descenso.

Al socaire de un acantilado el viento nos dio una tregua. Ya en bajada suave sobre las 12,35 horas divisábamos a lo lejos la ciudad de Antequera. Más tarde paramos en un pozo cubierto junto a un pilar que servía para atender al ganado. Algunos centenares de metros después pudimos detenernos ante la gruta de la Yedra. Muy curiosa la pequeña oquedad en la roca y muy a propósito el nombre de la cueva. Impactante el contraste del verde de la hoja -yedra- que rodea la caverna.

Caminando con Julio, éste nos llevó a reconocer un montón de arbustos, plantas y flores. La única que recuerdo ahora es la que se denominaba “cojines de monja” que no es más que una mata de pinchos que por esta época tiene unas florecillas moradas que cubren su centro, dando un aspecto distinto al campo malagueño.

Comenzamos a descender por un cañón donde el viento hizo de las suyas. El barranco de bajada comprometió al grupo de senderista, no ya por el esfuerzo de rodillas y punteras, sino porque alguno que otro perdió la verticalidad. Pero nada importante que no pudiese ser superado por el grupo.

Cercano las 13,10 horas pasamos por el paraje conocido como “Circo de Lastonares” para minutos después y salvado el fuerte desnivel, llegar a otro lugar con un cortijo en ruina y de cuyo nombre tampoco me acuerdo.

La zona donde hicimos alto estaba junto a un helipuerto y una balsa de agua. Me temo que con calor más de uno estaría pensando en el baño. Allí y por la hora, 13,45, dimos cuenta de nuestros bocadillos y también pudimos saborear una excelente agua que manaba de otra fuente con pilares, muy parecida a la anteriormente vista. Como el campo es algo impredecible, José María como seguidor del Unicaja, siguió por radio los últimos minutos del partido de baloncesto poniéndonos al corriente del tanteo y celebrando el triunfo cajista en plena primavera antequerana.

Otros como Antonio Sánchez no perdió el tiempo y se tumbó bajo un castaño. En definitiva empezamos a asumir que la ruta estaba finalizando.

Dando por terminado el frugal almuerzo y dejando atrás chopos, encinas, morales, nogales y castaños tomamos un carril terrizo y que jalonado por miles de margaritas amarillas, blancas y rojas amapolas hizo muy agradable los últimos metros del recorrido. Un trigal a derecha e izquierda del camino hacía que la mies se balancease por las rachas de viento. Fue todo un espectáculo de color verde en acción. Con un marchar rápido atravesamos la comarcal 331 (carretera que une Villanueva de la Concepción con Antequera) para terminar a las 15,00 horas junto al nacimiento del río de la Villa y sus estanques.

Haciendo unos sencillos ejercicios de estiramientos el grupo daba por concluida la ruta.


(1) Para una mejor identificación es la persona que llevaba el sombrero de paja.


Crónica de Pablo Portillo