sábado, 21 de julio de 2012

Ruta senderista: subida a San Antón nocturna


El pasado viernes 6 de Julio un grupo de senderistas del club, junto con nosotras dos y mi padre, que aunque no seamos miembros nos sentimos como si lo fuéramos, realizamos la subida del monte San Antón en horario de tarde-noche.

Tras dejar los coches en el último tramo del camino apto para vehículos, comenzamos la ascensión alrededor de las 9, cuando la claridad era todavía nuestra compañera.

El grupo lo componíamos en total trece personas, número del que en absoluto nos percatamos, y que de ninguna manera nos trajo mala suerte. Siete de ellos éramos menores, y los otros seis, un poco más “viejos”.

Entre risas, fotos y buen ánimo empezamos la ascensión, con un tiempo bueno para la época, pues el calor no era excesivo.
Tras encarar la ladera sur del monte, al poco rato hicimos una parada en la gruta que, como nos contó Pablo y nuestro tío José Manuel, les sirvió en una ocasión para guarecerse de la lluvia.

 La tita Celes, Nati y su marido Salvador iban en cabeza, y los demás, en fila india, seguíamos con ganas de llegar, sobre todo para ver el paisaje.
 En poco tiempo estábamos ya en la cima. El tito colgó la bandera en la cruz, cada uno empezó a buscar una piedra lo más cómoda posible para sus posaderas, y contemplamos el espectáculo que desde allí se puede divisar: El Palo, Pedregalejo, la bahía de Málaga, la sierra de Mijas, y claro, al oeste, La Cala.

Había algo de hambre aunque la caminata no había sido demasiado dura, así que empezaron a desfilar patatas fritas, aceitunas, bocadillos, bebidas, y de postre, picotas fresquitas.
Así, entre bromas, risas y charlas animadas, comenzó a anochecer… y ahí empezó el verdadero espectáculo. Las luces de la ciudad, las estrellas que se podían distinguir en el firmamento, el trino de los pajarillos. 

Todo precioso. Luego, como la luna se hacía de rogar y parecía que no quería salir, empezamos a entretenernos mirando al cielo. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es un OVNI? Nada, que todo lo que se movía y tenía luz daba para discutir y pensar.

 Por cierto, podemos atestiguar que las luces de nuestras linternas se veían desde Pedregalejo, pues hablamos por el móvil con nuestra madre y nos dijo que podía ver unas luces en lo alto de San Antón (las nuestras, claro).
Finalmente, sobre las doce y media de la noche, un redondo reflejo rojizo empezó a ascender por el horizonte, lógicamente por el este: ¡por fin, la luna! Poco a poco fue subiendo y pasó del rojo a su habitual traje blanco.
Ya estábamos algo cansados, sobre todo Isabel, así que decidimos ir bajando. Linterna en ristre, y con mucho cuidado, fuimos haciendo el camino de vuelta, aunque tomamos una vereda diferente.
Llegamos a los coches, y tras despedirnos deseando que la próxima escapada fuera más pronto que tarde, regresamos a la civilización urbanita. ¡Cada mochuelo a su olivo!
Esperamos que nos invitéis a la próxima excursión que podamos ir.
Por nuestra parte lo pasamos muy bien, así que ¡Hasta pronto!

Crónica de Isabel, Paloma y Manolo