lunes, 22 de junio de 2009

RUTA SENDERISTA DE LA TAPA. 21-Junio -2009


Con pan y vino se anda el camino o al menos así dice el refrán. Eso fue lo que debió de pensar la concejalía de deportes del ayuntamiento de Rincón de la Victoria cuando el pasado domingo 21 de junio -primer día de verano- veinte atrevidos senderistas locales desafiando altas temperaturas osaron participar en la primera ruta de la tapa.

Pero vayamos por partes. Para encontrar el inicio de esta marcha hay que retroceder algunas semanas atrás cuando tras terminar la ruta Zafarraya-Mondrón, -19 de abril-, saboreando unas cervezas y charlando sobre la jornada en un pequeño bar de Mondrón surgió la idea, medio en broma medio en serio, sobre una posible ruta de la tapa.

Aquel reto fue recogido por Antonio Sánchez que dos meses después ha visto cumplido el desafío.

Una representación de los TREPACUESTAS acudió a las 10 de la mañana al final del paseo marítimo de La Cala, junto al arroyo Totalán, para dar inicio a esta caminata de unos catorce kilómetros de recorrido con un perfil o nivel de tipo bajo. Aunque el recorrido nos era familiar (ver crónica la Cala-Moclinejo) destacar que la hora de salida y el recorrido fijado no ha sido el atractivo más fuerte de la excursión. Aun a pesar de todo allí nos congregamos dos decenas de aficionados dispuestos a empezar y concluir el itinerario.

A las 10,10 horas, tras pasar lista y cuando los primeros bañistas comenzaban a colocar toallas y sombrillas recorríamos todo el paseo marítimo dejando atrás con rapidez el Cantal, Rincón, arroyo Granadillo, la Torre de Benagalbón para reagruparnos en la desembocadura del arroyo de Benagalbón.

A las 11,30 horas enfilábamos el cauce del río en fila india y a la memoria me viene parafraseando el poema del Mío Cid aquella estrofa que dice “Por la terrible rambla de Benagalbón, polvo, sudor y quejas, Antonio Sánchez camina con diecinueve de los suyos”.

La suerte hizo que entre los senderistas viniese Manolo -Manuel López Ramírez- quizás uno de los mejores informados de la zona. A sus cincuenta y ocho años fue descubriendo cada esquina, lugar y paraje del arroyo. Empezó a trabajar a los doce años en las huertas colindantes y pese al tiempo no ha perdido la memoria ni el amor por su tierra. En ocasiones el destino te pone junto a personas que ni te imaginas, pero puedo asegurar que subir la rambla de Benagalbón con mí ahora amigo Manolo fue todo un lujo. Entre nostalgia y congoja pude oír a mi compañero de marcha como aquellos espléndidos huertos de patatas, tomates y cebollas que bordeaban el lecho del torrente se han convertido en hormigón. Tras dejar atrás el famoso algarrobo de La Paca -magnífico ejemplar con un montón de años de antigüedad- y sobre el que se han contado muchas habladurías y del que más de un niño de la zona no pudo dormir en su momento pensado en lo que allí había ocurrido, pasamos junto a la finca de Ceferino, el Lavadero de Benagalbón y algunos metros después dejamos a nuestra izquierda la finca de la Corta, para llegar al vivero Serrano sonando las doce campanadas.

Nuestro guía particular fue contundente “la entrada al pueblo desde el río son tres y las tres cuentan con subida”. Resignados llegamos a uno de los núcleos de población de la Axarquía más bellos y cuidados que se conocen. Causa asombro encontrar este remanso de paz y tranquilidad a tan escasos kilómetros del litoral. Bajo unas sombrillas y con el sol bien alto pudimos degustar unas cervezas y jarras de tinto de verano -verdadera razón del alto-. Para la ocasión se repartieron unos tickets que canjeados convenientemente en cada parada sirvieron para reponer fuerzas. El bar la Candelaria, fundado en 1954 como así reza en su entrada, -en su parte trasera, la que da al arroyo, se encuentra uno de los accesos y/o viales públicos que comunica el río con el pueblo- nos ayudaron a levantar el apetito con una suculenta y exquisita tapa de ensaladilla rusa.

Según la toponimia malagueña de origen árabe, Benagalbón se corresponde con el nombre familiar de los Banu Galbun, es decir los hijos o descendientes de Galdun.

Sin tiempo que perder a las 12,45 horas, pues el sol apretaba de lo lindo, retomamos el camino esta vez cuesta abajo en busca de los Morenos. Manolo con añoranza recordaba al paso del kilómetro 1 cuando en sus tiempos de mocear acudían a ese lugar a pasear con las muchachas del pueblo. Algunos metros después por la carretera dejamos atrás el cortijo Algarrobo o “garrobo” como prefiere decir Manolo, lugar pionero de la flor cortada en la provincia de Málaga donde se inicio el cultivo del clavel.

Ya en la venta los Morenos a las 13,30 horas saludamos a Enrique Ruiz Postigo -Enrique garrobo para los amigos- que a sus más de ochenta años puede considerarse el patriarca de la zona. De buena percha y mejor humor nos recibió tomando el fresco en una de las esquinas de la venta. Con el gracejo que caracteriza a los pobladores de los Morenos nos confesó que aunque nacido en Benaque vivió más de treinta años en el cortijo Algarrobo lugar donde según él había más pulgas que paja.

Debidamente repuestos con diferentes tapas y bebidas, comenzamos a las 14,00 horas la tercera etapa con dirección al litoral. Atravesando un camino recorrido mil veces en coche, llegamos de nuevo al paseo marítimo con descanso esta vez en Puerto Madero, local donde al olor de la tapa y en mesas separadas se habló por algunos participantes de la inquietud por el senderismo y de la más que probable necesidad de crear en el futuro un club.

Ahí queda el apunte y ahí queda el reto para algún valiente que quiera dar el paso.

En este punto Manolo, Joaquín y otra senderista nos dejaron.

La salida del último tramo fue a las 15,10 horas con diecisiete senderistas a pleno solo y mucho calor. Junto a bañistas y veraneantes tuvimos la suerte de pararnos unos segundos con Miguel que junto a su borrico los domingos acude desde el Valdés a la Cala para vender vino, pasas y fruta. Miguel y a su elevada edad es todo un ejemplo de dignidad y saber estar. Pese al calor, que no parecía afectarle, estaba contento con la venta. Algún día los rinconeros tendremos que rendir tributo de admiración a quien durante años se ha ganado la vida de esa forma. Desde aquí nuestra admiración por este anónimo personaje de la vida local.

Sin tiempo que perder enfilamos el camino de la Cala, unos achicharrados por el calor, otros quemados y la mayoría con muchas ganas de terminar. Con asombro pudimos observar con cierta perplejidad el increíble color marrón del agua del rebalaje.


Sin explicación lógica a lo visto a las 15,50 horas llegamos al término de la excursión en la solitaria plaza de la Cala -Gloria Fuertes según el callejero-. Eduardo el brasileño y que se encuentra al frente del bar Ke Rico Kebap dispuso en dos mesas unos platos con carne y bebida.

Con sudor y más calor nos despedimos a las 16,30 horas con el compromiso de vernos nuevamente en octubre para iniciar una nueva temporada de rutas.

Crónica .

Pablo Portillo