martes, 4 de mayo de 2010

Subida a Mazmúllar. 2 de Mayo de 2010


Otear la Axarquía desde la atalaya de Comares, acompañando a Carmen y cortejados por la Maroma es uno de los pequeños placeres mundanos que están reservados a quienes se adentran en el corazón de esta comarca.

Creo que todo empezó el sábado noche cuando a falta de iniciativa senderista, Paqui sugirió una escapada rápida a las ruinas de Mazmúllar. Sorprendidos por la propuesta, no supimos negarnos ante lo sugestivo de la apuesta, ya que a la postre la ruta fue un paseo a la desconocida y olvidada historia musulmana de Comares y su entorno allá por tiempos de los Reinos de Taifas.


Aunque algo tarde en esta ocasión llegamos a la cercanía de los Ventorros, vía Vélez, que aun siendo el recorrido más largo, posiblemente sea el más llevadero por eso de las curvas.

Con algún despiste al inicio para tomar la dirección correcta a La Mesa fue precisamente una súbdita extranjera la que nos metió en el camino acertado. En pocos minutos ascendimos una serpenteante vereda en plena primavera, otro de los secretos que guarda las enigmáticas y desconocidas ruinas de Mazmúllar. Los niños por delante y los menos niños con algún que otro retraso. Pero una vez en la meseta, a 721 metros de altura, pudimos dar cuenta de la belleza del entorno y de los vestigios que por doquier jalonan el lugar. A los silos de conservación de grano excavados en roca, se unían muchas señales de construcción, restos cerámicos esparcidos por el suelo y sobre todo el gran aljibe soterrado de tres naves que construido en el siglo XIV y provisto de arcos de herradura -arabescos- en estado de abandono, puede observarse sin problemas desde el exterior. Aquella lección de historia de arte al aire libre, sin más profesor y aula que la hemorragia y explosión de colores de la naturaleza fue memorizada por los niños como una clase de historia viva. Difícil será que olviden Mazmúllar.


Ante los pequeños tesoros que Málaga mantiene, cabe reflexionar y preguntarse si es preferible dar publicidad al entorno o silenciar su existencia, dejando caer en el olvido del tiempo otro montón de siglos, todo ello para preservar el enclave del empuje de lo que hoy algunos osan en denominar progreso.

Sea como fuere los que subimos al cerro aquella mañana de mayo nos llevamos para el recuerdo la belleza del momento vivido.

Pero una vez repuestos convenientemente no olvidamos recorrer la villa de Comares, otra perla en las estribaciones de los Montes de Málaga y desconocida para el público en general. Pero a esta ruta mitad senderista, mitad turismo cultural nos llamó la atención el hecho de cómo ha podido conservarse tan bien semejante casco histórico a tan escasos kilómetros de la costa. A sus estrechas calles, hay que unir el cuidado de sus casas, la cal de sus paredes, las flores y los múltiples rincones que evocan el lado más íntimo y costumbrista de la Málaga rural.

Unas postales enviadas por el único buzón del pueblo dio por terminada la estancia. Seguido el camino por carretera, algunos kilómetros más abajo y para delicia de los pequeños y espantos de los mayores anduvimos por el único puente colgante existente en la provincia -que sepamos- y que comunica el diseminado de Los Gallegos con la carretera. Evocando un sin fin de películas de aventuras y balanceándonos en el aire, como una tarántula en su tela de araña, cerramos por última vez el obturador de la cámara fotográfica de esta salida, concluyendo la jornada minutos después en el obrador Ortiz de Vélez Málaga, verdadero templo del dulce y del que dimos buena cuenta.

En esta ocasión, que se sepa, nadie se retrasó.




Crónica de Pablo Portillo