El pasado
viernes 6 de Julio un grupo de senderistas del club, junto con nosotras dos y
mi padre, que aunque no seamos miembros nos sentimos como si lo fuéramos,
realizamos la subida del monte San Antón en horario de tarde-noche.
Tras dejar
los coches en el último tramo del camino apto para vehículos, comenzamos la
ascensión alrededor de las 9, cuando la claridad era todavía nuestra compañera.
El grupo lo
componíamos en total trece personas, número del que en absoluto nos percatamos,
y que de ninguna manera nos trajo mala suerte. Siete de ellos éramos menores, y
los otros seis, un poco más “viejos”.
Entre risas,
fotos y buen ánimo empezamos la ascensión, con un tiempo bueno para la época,
pues el calor no era excesivo.
Tras encarar
la ladera sur del monte, al poco rato hicimos una parada en la gruta que, como
nos contó Pablo y nuestro tío José Manuel, les sirvió en una ocasión para
guarecerse de la lluvia.
La tita Celes, Nati y su marido Salvador iban en cabeza, y los demás, en fila india, seguíamos con
ganas de llegar, sobre todo para ver el paisaje.
En poco
tiempo estábamos ya en la cima. El tito colgó la bandera en la cruz, cada uno
empezó a buscar una piedra lo más cómoda posible para sus posaderas, y contemplamos
el espectáculo que desde allí se puede divisar: El Palo, Pedregalejo, la bahía
de Málaga, la sierra de Mijas, y claro, al oeste, La Cala.
Había algo
de hambre aunque la caminata no había sido demasiado dura, así que empezaron a
desfilar patatas fritas, aceitunas, bocadillos, bebidas, y de postre, picotas
fresquitas.
Así, entre
bromas, risas y charlas animadas, comenzó a anochecer… y ahí empezó el
verdadero espectáculo. Las luces de la ciudad, las estrellas que se podían
distinguir en el firmamento, el trino de los pajarillos.
Todo precioso. Luego,
como la luna se hacía de rogar y parecía que no quería salir, empezamos a
entretenernos mirando al cielo. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es un OVNI? Nada,
que todo lo que se movía y tenía luz daba para discutir y pensar.
Por cierto, podemos atestiguar que las luces de nuestras linternas se veían desde Pedregalejo, pues hablamos por el móvil con nuestra madre y nos dijo que podía ver unas luces en lo alto de San Antón (las nuestras, claro).
Por cierto, podemos atestiguar que las luces de nuestras linternas se veían desde Pedregalejo, pues hablamos por el móvil con nuestra madre y nos dijo que podía ver unas luces en lo alto de San Antón (las nuestras, claro).
Finalmente,
sobre las doce y media de la noche, un redondo reflejo rojizo empezó a ascender
por el horizonte, lógicamente por el este: ¡por fin, la luna! Poco a poco fue
subiendo y pasó del rojo a su habitual traje blanco.
Ya estábamos
algo cansados, sobre todo Isabel, así que decidimos ir bajando. Linterna en
ristre, y con mucho cuidado, fuimos haciendo el camino de vuelta, aunque
tomamos una vereda diferente.
Llegamos a
los coches, y tras despedirnos deseando que la próxima escapada fuera más
pronto que tarde, regresamos a la civilización urbanita. ¡Cada mochuelo a su
olivo!
Esperamos
que nos invitéis a la próxima excursión que podamos ir.
Por nuestra parte lo pasamos muy bien, así que ¡Hasta pronto!
Por nuestra parte lo pasamos muy bien, así que ¡Hasta pronto!
Crónica de
Isabel, Paloma y Manolo